martes, 16 de diciembre de 2014

LA FRONTERA, CUENTO DE MI NUEVO LIBRO CUENTOS DE TODOS LOS COLORES


Una multitud impetuosa aguardaba en el otro extremo del puente, algunos con sus bártulos a la cabeza para instalar sus puestos de venta a la intemperie, otros para comprar de este lado lo que escasea en su territorio. Eran dos pueblos y dos culturas diferentes separadas por el agua pobre de un rio y por quinientos años de historia. Desde lejos se notaban los rostros resecos y contraídos, tostados a fuego lento por el calor y la adversidad. A la diez de la mañana, como cada viernes, el sargento del Ejército Dominicano levantó la compuerta de hierro que cerraba el paso en el puente sobre el rio masacre en la frontera de la República Dominicana y Haití, inmediatamente la multitud cruzó el puente como una avalancha humana y ocupó por completo la plaza de Dajabón; en la multitud venían también chiquillos haitianos quienes ayudaban a los mayores a cargar las mercancías, también había entre ellos quienes venían a robarles a los comerciantes arriesgando a veces hasta sus propias vidas. Así, pues, comenzó la feria y la Plaza tomó su jolgorio y su bullicio habitual; con un permiso de veinte pesos otorgado por el ayuntamiento local los haitianos y las haitianas instalaban sus puestos de ventas en cualquier lugar de la Plaza ofreciendo en ventas desde ropas nuevas y usadas hasta perfumes y bebidas alcohólicas de marcas y procedencias dudosas; un olor a sudor rancio se confundía en el ambiente con el aroma a canela y pachulí que exhalaban las haitianas. Asimismo los comerciantes dominicanos acudían también desde diversas partes del país a vender sus productos en la feria de intercambio comercial entre ambos países. Anjito García era uno de esos comerciante ambulante quién desde temprano estacionó su camión en la plaza a la espera de los haitianos; él había venido varias veces desde la ciudad de Santiago a vender huevos de gallina. Aquella mañana Anjito y José Ernesto, su ayudante, trataban de descifrar la manera en que los haitianos le habían robado los huevos otras veces, la última vez que vinieron le robaron más de cincuenta cartones de huevo, conteniendo treinta huevo cada cartón, además Anjito y su ayudante encontraban misterioso el hecho de que a los otros comerciantes nadie le robaba a pesar de que, incluso, a veces dejaban los camiones solos y sin ninguna vigilancia. --En esta frontera sí que suceden cosas raras, porque nos han robado en nuestras propias narices y no nos hemos dado de cuenta,--le comentó Anjito a José Ernesto. Por su parte la feria transcurría con el ir y venir de la multitud en su constante trajinar. -- La semana pasada trabajamos sólo para los ladrones ,--insistió Anjito ,--porque nos robaron las ganancias, así que abre el ojo hoy .----Lo que debemos de hacer,--sugirió José Ernesto,--es que mientras uno vende el otro vigila a los ladrones,--Anjito asintió dudosamente. El sol resplandecía nítido con una claridad que molestaba la vista cocinando todo lo que tocaba, la brisa calienta arrastraba la tierra de la frontera y la multitud polvorienta se agitaba como ebullida por el calor; en ese momento otro comerciante ambulante quién había estacionado su camión junto al de Anjito y quién además había escuchado las quejas de los que vendían huevos asomó su cara cuadrada y les dijo; --¿Por qué se están quejando de los ladrones, acaso no le han pagado renta al papabocó? Anjito se quedó boquiabierto ante la sorprendente pregunta del comerciante vecino. --Ofrenda a quién, y quién diablo es ese papá cocó.-- --¡Ah,¡-- respondió el de la cara cuadrada,- es que ustedes no saben cómo es que funciona la cosa con estos haitianos.-- -- Así es,-- asintió Anjito,-- y me gustaría que usted me lo explicara.-- Algunos compradores curiosos habían rodeado los camiones de ambos comerciantes observando los huevos de gallinas del camión de Anjito y los plátanos del camión del de la cara cuadrada; José Ernesto, por su parte, no le puso ninguna atención a los compradores sino que permanecían atento a las explicaciones que acerca del sistema de los haitianos hacía el otro comerciante. --El papabocó,--continuó el comerciante,-- es un sacerdote de vudú, religión de la mayoría de los haitianos y él es el jefe religioso de ellos, quienes hacemos negocio aquí le pagamos una ofrenda cada vez que hay feria comercial y así nedie se atreve a robarnos.-- --A mi sí que me gustaría ver a ese papá cocó o como quiera que se llame,--dijo Anjito,--para pagarle lo que quiera porque cada vez que he venido me han robado.-- --El hombre no es fácil de ver,-- dijo el de la cara cuadrada,--pero él tiene emisarios y son ellos quienes vienen y nos visitan y son ellos quienes cobran las ofrendas, además desde que los ladrones saben que usted le pagó al papabocó no se atreven a robarle; la gente comenta que son horrorosos los castigos a los que el brujo somete a quienes violan sus leyes, algunos dicen que los convierte en zombis, otros dicen que el ofrece el alma del castigado a los demonios y otras tantas atrocidades. Los dos comerciantes y sus respectivos ayudantes se habían reunido entre los dos camiones y seguían atento las declaraciones del de la cara cuadrada, los haitianos se acercaban a los camiones pero nadie le ponía asunto, parecía que se habían olvidado que estaban allí para vender sus productos. De repente, a lo lejos la multitud se estremeció abriéndole paso a un chiquillo que corría precipitado llevando cinco cartones d huevos entre ambas manos, los cuales, al parecer había robado a uno de los comerciantes ambulantes, el chiquillo corría en dirección hacia el puente que conducía hacia Haití; sin que nadie viera de donde salió un hombretón de unos siete pies de estatura inició una tenaz persecución detrás del chiquillo. El chiquillo se escabullía entre la multitud estropeando todo cuanto encontraba a su paso, sin embargo, la gente se apartaba por sí sola cuando veían al hombre larguirucho acercarse como si hubieran visto a un ser extraño o peligroso, el hombre sobresalía por encima de la multitud, su correr parecía lento pero sus zancadas eran excesivamente largas y rápidamente le dio alcance al chiquillo, cuando lo tuvo de cerca se soltó un lazo que llevaba ceñido a la cintura, el lazo era de cuero con flecos en la punta, el hombretón agito el látigo en circulo en el aire para coger impulso y luego lo dejó caer con fuerza sobre la espalda del muchacho, el fuetazo hizo un estrepitoso sonido con si fuera un disparo de arma de fuego; el muchacho cayó de bruce al suelo y los huevos se esparcieron por todo el pavimento, el larguirucho volvió y dejó cae el látigo sobre el chico ya en el suelo, por encima de la camisa rota por los fuetazos brotaba la sangre en la espalda del muchacho, luego de una manera diestra le enredo el lazo en los pies del muchacho y partió con él a rastra hacia el lado de Haití. Anjito, su ayudante y los demás comerciantes estaban absortos contemplando las desgarradoras escenas, aún no acababa de componérseles la sangre cuando el comerciante de la cara cuadrada grito; --Ese es, ese es el hombre, el papabocó,-- lo decía refiriéndose al larguirucho. El hombretón iba a lo lejos el muchacho se estremecía y pataleaba en su desesperación como si le esperara la muerte o algo peor...

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